Pedro Valenzuela

“Hay que aprender a trabajar sin horarios”
Prácticamente no hay demolición importante donde no aparezca el nombre de este empresario a “puro ñeque”, que inició su negocio a los 17 años.

Le llaman “el demoledor de Santiago”. Y él, en vez de tomarlo como una broma, agrega: “también soy demoledor desde Arica a Punta Arenas”. Y es que desde la Primera a la Décimosegunda regiones, Pedro Valenzuela Bustos ha ganado en casi 40 años este apodo que le da su oficio de experto en demoliciones.

“Empecé a trabajar con un padrino, cuando tenía 13 años. Dejé de ir al colegio, porque en realidad necesitaba dinero para vivir y el estudio era incompatible con mi trabajo. Económicamente, mis padres nunca pudieron darme mucho y mi infancia y adolescencia estuvieron llenas de sacrificios y privaciones”, revela Pedro Valenzuela.

En esa escuela de la vida, lleno de polvo y magulladuras, aprendió a fondo el duro oficio de las demoliciones. Después de cuatro años de trabajar duro y ahorrar cada peso que podía, se compró un desvencijado camión Ford del año 1956, que empezó a manejar sin siquiera tener carnet de conducir, porque la edad no se lo permitía. Luego, se las arregló contratando dos choferes. Uno trabajaba de día, el otro de noche.

Pedro Valenzuela pasó un buen tiempo fletando su vehículo hasta que cumplió los 18 años y pudo legalmente empezar él mismo a transportar materiales.

A los 19 años ya había reunido el capital suficiente para comprar materiales de demolición. Su primera propuesta le permitió obtener una cantidad importante de ladrillos en buen estado, los que revendió en un atractivo precio. Luego, don Carlos Antúnez le dio la posibilidad de recuperar materiales de demolición del Palacio de Bellas Artes, el que le permitió hacer un excelente negocio. “Todo era de muy buena calidad y no fue difícil de vender”, recuerda.

No le importaba trabajar 16 ó 18 horas diarias. A los veinte años tenía trabajo de sobra y su juventud le permitía descansar poco. Se recuperaba rápidamente de cada dura jornada y volvía a empezar. Durante años no hubo cambios para él y el pequeño capital que acumulaba lo reinvertía para crecer empresarialmente.

Actualmente su esposa, cuatro hijos (2 hombres y 2 mujeres), y una larga lista de parientes, participan en las actividades empresariales que desarrolla Pedro Valenzuela, especialmente en la administración de sus ocho bodegas de almacenamiento y de venta de materiales de segunda mano para construcción. En estas verdaderas “ferias persas” es posible encontrar una enorme variedad de rejas de fierro antiguas, puertas de pino orejón, ventanas con vitrales, faroles, tablas de madera fina, ladrillos, tejas y diversos objetos antiguos encontrados entre muchos escombros.
“Una vez me encontré una caja con monedas antiguas de oro y plata, escondida en el interior de un muro”, dice. Algunos de los objetos que ha conservado para sí, se observan en su oficina ubicada junto a una de las bodegas, en la Alameda Bernardo O´Higgins. Figuras sacras de plata y madera, perillas de cristal, fuentes de agua, candados coloniales, armas antiguas, etc., se amontonan por doquier. Muchos de esos objetos son motivo de interés de coleccionistas privados y anticuarios que a menudo visitan las bodegas en busca de curiosidades.

El empresario posee una flota de 20 camiones, maquinaria pesada, compresores y otro tipo de equipos especiales para la labor que desarrolla. Más de 280 trabajadores forman parte también del capital de la empresa, que sigue manejando personalmente. “Tengo 60 años y trabajo 14 horas diarias a partir de las 6:40 horas cada día”, dice con orgullo, evidenciando una excelente salud.
Aunque en su ir y venir por inmuebles del pasado ha aprendido a detectar muchos tesoros ocultos, su principal ingreso lo constituyen los materiales de construcción especialmente el pino orejón y las rejas de fierro finamente labradas.

Pedro Valenzuela comenta que uno de los periodos de mayor intensidad laboral fue a raíz del terremoto del año 1985. Su actividad aumentó en un 500%, lo que lo obligó a subcontratar a terceros, especialmente para la remoción de escombros, porque entre sus clientes más importantes están justamente organismos oficiales como las municipalidades.

Sobre su éxito dice: “Lo principal es ser constante para el trabajo, no ceñirse a horarios, sino trabajar por metas u objetivos precisos. No se puede progresar trabajando sólo ocho horas diarias. Eso es lo que marca la diferencia entre un empresario y un empleado. Uno puede trabajar 15 ó 18 horas, sobre todo cuando se es joven, si lo que uno quiere es progresar. Yo creo que uno nace con un don, con un anhelo muy grande de salir adelante, y si uno realmente lo desea, no importa ni la edad, ni los recursos económicos ni la educación. Uno tiene que tener ganas y luego hay que trabajar, trabajar y trabajar. Hay que obedecer a eso que uno lleva dentro, hay que hacerlo de todas maneras”.

Y agrega: “Uno tiene que entregarse con todo su esfuerzo, con todo su ánimo y ahí sale adelante. Hay que ser constante y responsable. Uno tiene que cumplir con todos los plazos comprometidos sin excusas para fallar”.
Tal vez por esa forma de hacer las cosas, su prestigio ha traspasado la frontera e incluso ha recibido peticiones para ejecutar trabajos en Buenos Aires “Me llamaron varias empresas constructoras pero no me da el tiempo”, dice con modestia.

Por ahora, sus planes son continuar al mismo ritmo durante 3 ó 4 años más, un ritmo que hace crecer su negocio en 80% anual. Después quiere traspasarle la responsabilidad de su empresa a sus hijos.

“Claro que difícilmente voy a quedarme tranquilo. Trabajar es lo único que sé hacer y lo que me hace más feliz”, dice finalmente.

Silvia Riquelme
SEGUNDA EDICIÓN
Cómo ganar dinero en Chile
Empresarios revelan el secreto de su éxito
Editorial Zig-Zag